María José de la Macorra



Sobre la obra de María José de la Macorra1

Karen Cordero Reiman


El trabajo de María José de la Macorra sobresale en el contexto del arte contemporáneo mexicano por su amplia exploración de medios, materiales y conceptos, todos alrededor de una continua preocupación con la naturaleza, sus procesos, sus formas y las configuraciones visuales, espaciales y materiales que asume y abandona, en su estado constantemente transitorio. En este sentido, su obra mantiene una continuidad, mientras explora una diversidad de asuntos conceptuales y artísticos que le interesan en diferentes maneras y en distintas escalas. En años recientes su producción ha ido borrando cada vez más la línea entre los componentes humanos y no-humanos de la naturaleza, incluyendo nuestros cuerpos y su constitución elemental como parte de la temática y marco de referencia de su obra. Su producción transita de manera fluida entre una visión microscópica y una cartográfica de esta temática, reforzando una sensación, de parte del espectador, de imbricación física e identificación con sus piezas.

Su atención cuidadosa a materiales y técnicas, y a las maneras en que éstos transforman nuestra experiencia perceptual y el significado metafórico de las obras de arte, distingue su producción, como también lo hace su movimiento entre lo monumental y lo minúsculo, y entre masividad, porosidad y transparencia. Mezcla elementos industriales, que se vinculan mayormente con un principio masculino, con técnicas de bordado, costura, y de ensartar cuentas para formar monumentales “collares”, que se pueden considerar procedimientos tradicionalmente femeninos. Su obra habita el espacio y a la vez se refiere a las maneras en que el espacio de nuestros cuerpos y el de fenómenos naturales se constituye, en términos de línea, tridimensionalidad, textura y flujo. Así, el diálogo que se establece entre sus trabajos, y entre la obra, su público y su contexto social, enriquece y añade capas adicionales de complejidad a su proceso de producción de sentido.

La producción plástica de De la Macorra cobra forma al ser instalada, convirtiendo el espacio de exposición en un paisaje metafórico en el que uno puede pasear, y que a la vez provoca una reflexión constante sobre la percepción, el cuerpo y su entorno. Aunque los soportes, materiales y métodos de factura son múltiples y multidimensionales, se trata de un trabajo eminentemente escultórico y hasta performativo, ya que se activa con y en el espacio y en el tiempo por medio del movimiento corpóreo. Se puede ubicar en relación con aquel desarrollo posmoderno que Rosalind Krauss caracterizó como “la escultura en el campo expandido”: una producción que “parecía suspendida” entre “lo construido y lo no construido, lo cultural y lo natural”, y entre el paisaje y la arquitectura.2

Tela, chaquira, porcelana, fotografía, video, resina, plástico, barro, malla metálica –recursos tanto naturales como artificiales– se ponen entonces al servicio de la evocación de la naturaleza y de sus múltiples estímulos sensoriales y mnemónicos, sin representarla literalmente. Estos trabajos siempre están remitiendo al cuerpo y sus potencialidades, a nuestras memorias de lugares y ambientes naturales extremos, o de las representaciones de estos lugares, aún cuando el cuerpo nunca esté representado de manera figurativa. Lo que se crea o se recrea en estas obras, cumulativas, complementarias, es una vivencia a partir de la abstracción y el recuerdo, del impacto del medio ambiente en la imaginación.

Es digno de reflexión el papel protagónico que toma la naturaleza en la producción actual de una mujer artista ubicada en una de las urbes más grandes del mundo. Predomina en esta obra no sólo el manejo arquetípico del medio natural en sus diversas manifestaciones, sino la búsqueda de significados personales en una zona más esencial, menos efímera que nuestra cotidianidad citadina, aún cuando el cambio y la transformación sean una parte fundamental de su ser. Las diversas naturalezas que pone de relieve la obra de María José de la Macorra reafirman la vitalidad simbólica de una parte de nuestro contexto físico cada vez más relegada, recuperando al mismo tiempo mundos privados, emocionales, marginados de la vía pública, de profunda resonancia poética. Nos hace consciente de cómo extrañamos la naturaleza, particularmente en relación con nuestra ubicación espacial y en relación con los elementos –agua, tierra, aire– que a la vez nos conforman. Los flujos sugeridos y a la vez la materialidad de su obra hacen eco de nuestros ritmos internos, y estimulan nuestro deseo vital de una relación más táctil con el mundo, que irrumpe en la aparente comodidad de nuestro mundo de imágenes, y particularmente de imágenes mediáticas. Remiten, finalmente, a la relación entre erotismo, fantasía y cultura.

La relación entre la mujer y la naturaleza ha sido un punto de reflexión de la antropología y la historia desde hace muchos años, a partir de la asociación primigenia de la fertilidad de la mujer con la de la tierra y sus implicaciones para su rol social y simbología cultural en las primeras sociedades agrícolas, y desde luego ha sido una constante en la iconografía artística. La obra de esta artista da cuenta de la persistencia y vigencia de esta preocupación, y de las formas particulares que asume este interés tanto en manos femeninas como en el contexto artístico de la actualidad. El discurso formal-conceptual de las obras remite a una identificación con la naturaleza, no como materia pasiva –a ser explotada por el hombre y la tecnología conforme las dicotomías convencionales–, sino retomada como sitio de auto-análisis, de reflexión introspectiva, y de autorretrato conceptual. No hay una representación convencional del paisaje vinculado con el cuerpo femenino, sino una interacción corporal, emocional e imaginativa con el sujeto natural, que resulta en características formales e iconográficas distintivas.

El discurso femenino de María José de la Macorra no se ubica, entonces, como en el caso de la producción feminista figurativa de los años setenta, como una subversión contestataria explícita ante las convenciones artísticas dominantes, para poner en evidencia su contenido ideológico. Plantea una postura propia y una forma particular de abordar el tema de la naturaleza desde la identificación personal con la misma, y desde un involucramiento a la vez físico y conceptual con la materia más que desde un paradigma de conquista, de posesión o de proyección del yo sobre el espacio. Sus obras nos comparten, entonces, una posibilidad de expandir, reconfigurar y redescubrir nuestro entorno y a la vez nuestro paisaje interior.


Karen Cordero Reiman Profesora de tiempo completo del Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana desde 1985, profesora de asignatura del Posgrado en Historia del Arte de la U.N.A.M. desde 1986 y miembro fundador de Curare, Espacio Crítico para las Artes. Fue Directora del Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana de 1985 a 1989 y Coordinadora de la Maestría en Estudios de Arte de la misma institución de 2001 a 2006. Es autora de múltiples publicaciones sobre el arte mexicano del siglo XX, sobre todo con respecto a las relaciones entre el llamado arte culto y el llamado arte popular, y más recientemente con respecto a la historiografía del arte mexicano y cuerpo, género e identidad sexual en el arte mexicano.

Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (2008-2011). Reside y trabaja en la Cd. de México.



1Este escrito es un extracto de un texto más amplio publicado en el libro María José de la Macorra: de nubes y lluvia/torres de agua. México, edición de la artista, 2009, pp. 5-16.

2Rosalind Krauss, “La escultura en el campo expandido” en Hal Foster, ed. La posmodernidad. Barcelona, Editorial Kairós, 1985, pp. 66-67.


 

 

Ma. José de la Macorra (Ciudad de México, 1964). Estudió la Licenciatura en Artes Visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, UNAM, México. A lo largo de su trayectoria ha sido merecedora de diversos reconocimientos: el Diploma de Excelencia Académica, UNAM (1994), Premio de Adquisición en Escultura, Tercera Bienal de Monterrey (1996), Beca de Jóvenes Creadores del Fonca (1997), Mención Honorífica en Escultura, Gran Premio Omnilife, Guadalajara (1999), Programa de Residencias Artísticas México, México-Canadá, Banff Centre for the Arts-FONCA (2000 y 2007), Residencia Artística en el Daum Museum of Contemporary Art, Sedalia, Missouri, E.U.A. (2002), Apoyo de la Fundación BBV-Bancomer para el proyecto Cambio de estado: proyecto para plazas públicas (2003), beca otorgada por la Fundación Pollock- Krasner (2006-2007), Apoyo de la Fundación BBV-Bancomer para la publicación del libro De nubes y lluvia/ torres de agua (2008).

Entre sus proyectos destacan: Tránsitos, Museo de Monterrey (1998), De las geografías al norte interior, Galería de Arte Mexicano (2001), De nubes y lluvia/ torres de agua, Galería de Arte Mexicano (2005). Otros proyectos de la artista: Cambio de estado: proyecto para plazas públicas (1999-2003), Pasaje- sitio-contacto (1998) y Dynamis (2001). Ha expuesto de manera individual en países como México, Estados Unidos, Canadá, Japón, China , Nueva Zelandia y Australia.


Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (2008-2011). Reside y trabaja en la Cd. de México.


1. Esferas dentro de esferas, 2000-2005
Porcelana y proyección de video
350 x 5 x 360 cm

2. Mapa, 2003-2004
Chaquira bordada sobre tela
300 x 140 cm

3. Dendra, 2001
Látex y hule
Medidas variables

4. Lluvia, 2002
Porcelana e hilo de nylon
Medidas variables

5. Nubes, 2002
Porcelana y tela
Medidas variables

6. Shadow Pond, 2000
Metal, plástico y hule
Medidas variables

7. Sin título, 2001
Carrizo e intestinos de cerdo
29 x 100 x 29 cm

8. Dendra, 2000-2001
Porcelana y tela
Medidas variables

9. Sierra, 2003-2004
Tela y chaquira bordada
700 x 140 cm

10. Hexagona sensibilia, 1996
Fierro soldado y punteado
185 x 190 x 185 cm

11. Whalebone Alley, 1999
Hule y guante
200 x 44 x 9 cm

12. Soma, 2000
Metal y guante
85 x 62 x 3 cm

13. Monstera deliciosa, 1997
Metal soldado y punteado
45 x 100 x 45 cm